Premiar la Perseverancia
Febrero 2010
Desde la ventana de nuestra pequeña casa, veo a Fernandito jugar futbol con sus amigos. Todos los sábados y domingos, él y sus amigos de la colonia -la mayoría, como él, estudiantes de secundaria-, se reúnen para “echar la cascarita” en la calle.
Cuando llegamos a vivir a esta casa en Aguascalientes hace 5 años, mi esposa Adriana y yo estábamos felices… Bueno, tengo que admitir que mi esposa no tanto, porque este cambio de residencia la alejaba de sus padres y hermanos, así como de sus clientes en el despacho de abogados para el que laboraba en la ciudad de México.
Mejor dicho, yo tendría la oportunidad de seguir cerca de mis queridos Rayos, ahora hidrocálidos, gracias a esta oportunidad que me había dado la empresa para la cual trabajo desde hace 20 años, incorporándome en la nueva fábrica de Aguascalientes. Era un negocio redondo: haría 15 minutos al trabajo –y no una hora, con tránsito ligero-, estaría lejos de mis suegros y cuñados, y tendría la oportunidad de seguir yendo a los partidos del Necaxa -con la esperanza de que, ahora sí, el estadio se llenara.
Lo que mi esposa sí apreciaba –y que yo compartía-, era la ubicación de la casa en un callejón, que contrastaba con el tránsito interminable de la ciudad de México.
Sin embargo, el pequeño Fernando fue haciendo amigos, quienes coincidían con su interés por el futbol, y la tranquilidad del callejón, que tanto apreciábamos, fue desapareciendo… además de varios vidrios rotos de la casa por los balonazos. Pero, aunque no se lo puedo confesar a Fernandito, tenerles frente a la casa tranquiliza a Adriana y yo me divierto viéndoles meter goles, soñar con sus jugadores favoritos, y sonreír “como enanos”.
Y, aunque disfrutar de todo lo mencionado anteriormente es una bendición –principalmente, lo comentado sobre los suegros y cuñados-, quisiera contarles la enseñanza que he recibido de Fernandito y el futbol.
Mi esposa y un servidor nunca fuimos buenos estudiantes; así que, fue una verdadera sorpresa que Fernandito siempre sacara excelentes calificaciones. Ya sé lo que pensarán algunos de ustedes: el lechero. Pues no, quiten la cara de pícaros, porque mi hijo es el vivo reflejo de un servidor (aunque eso me sirve de consuelo nada más a mí, porque honestamente, no soy para nada parecido a Brad Pitt o, con esto de que están cerca las presidenciales, a Jimmy Neutrón Peña.)
Cada año, desde kínder hasta 6º de primaria, Fernandito obtenía únicamente dieces y menciones honoríficas. En muy pocas ocasiones, aparecía algún nueve en su boleta de calificaciones. Y tanto se exigía a sí mismo, que se enojaba con nosotros cuando le decíamos que no importaba obtener de vez en cuando nueves.
También, Dios nos dio su bendición porque, a diferencia de sus padres (otra vez), Fernandito es un gran deportista (pensándolo bien, creo que sí tengo que platicar con mi esposa sobre el lechero, plomero, etc.). Alguna vez pensé en bautizarle Ivo, como mi ídolo rayo. Pero, recuerdo muy bien cuando le propuse esto a mi esposa, quien inmediatamente me puso los pies en la tierra:
“Amor, quisiera bautizar al bebé con el nombre de mi jugador favorito del Necaxa: Ivo.”
“No seas tarado”, me contestó. “Ya oigo a sus amiguitos llamándole Divo.”
También pensé en nombrarle Saturnino, en honor al gran goleador Pepe Cardozo. Pero, si así me llamó con Ivo, no me imagino lo que me habría dicho si externaba mi alternativa.
Así que, Fernando se quedó, como el padre de… ya saben quién.
Así, durante los seis años de primaria, Fernandito fue un excelente estudiante y futbolista (delantero). Y, aunque pensé que sería aficionado de los Rayos como su padre, es fiel seguidor de los Diablos Rojos del Toluca (¡ni hablar, él sí sabe escoger!)
Cuando Fernandito ingresó en la secundaria, sus calificaciones comenzaron a bajar. Adriana y yo pensamos que la causa eran las chicas: su escuela decidió hacer mixto el bachillerato, por lo que después de 6 años de compartir clases con niños únicamente, las jovencitas le habrían “movido el tapete”. Así, decidimos dejar que el tiempo resolviera el problema de sus calificaciones.
Sin embargo, después de 4 meses, donde obtuvo por primera vez calificaciones reprobatorias, decidimos hablar con él:
“Fernando, durante toda la primaria, tus boletas de calificaciones estaban llenas de dieces. Ahora que entraste a la secundaria, hasta cincos estás sacando. ¿Por qué?”, le preguntó su mamá.
“En los exámenes semestrales me repongo, no se preocupen.”
“Es por las niñas, ¿verdad? ¿Hay alguna amiguita que te guste?”, le pregunté, con cierto dejo de padre orgulloso.
“No, para nada.”
“¿Entonces?”, le preguntó su mamá, esta vez con tono severo.
“Lo mismo hacen los equipos de futbol en México”, contestó Fernandito.
“¿Qué quieres decir?”, le pregunté, ahora sí con seriedad.
“En los torneos en México, los equipos ahí se la llevan durante 4 meses. No importa ser el primero o segundo lugar de la liga; mientras estés entre los 8 mejores, o menos malos, ó 9 ó 10 en caso de repechaje, la libras. Ya cuando llega la liguilla, ahí le echas ganas. Es raro que el equipo que terminó el torneo regular como líder general, se convierta en campeón; y, sí ha habido ocasiones, en que el equipo que quedó en último lugar de los clasificados, se corone. En la escuela es lo mismo: no es necesario estudiar todos los días ni echarle ganas en los exámenes mensuales. Una vez que llegan los exámenes semestrales, ahora sí le echas ganas y ya no hay problema. Nada tiene qué ver con las niñas.”
Me dejó sin palabras.
Su madre sí le dio una buena regañada. Y, durante los diez o quince minutos que duró su regaño, pensé en la Liga de las Estrellas, la Liga Premier, el Calcio Italiano. Los torneos de España, Inglaterra, Italia, etc., sí premian al equipo que, semana tras semana, durante todo un año, obtiene los mejores resultados. Y, después de 38 jornadas, el campeón es el equipo que acumuló más puntos, “mejores calificaciones.” Nada más. No hay torneos de seis meses, ni hay liguilla, mucho menos repechaje. Alemania y Francia también premian la perseverancia, la constancia. Nuestro futbol premia al “vivo”, a la suerte, o a cualquier otra característica que no es una cualidad deseable en nuestros hijos.
Una vez que su madre terminó el discurso, comenté a Fernandito mis pensamientos:
“Tienes razón, Fernando. Desafortunadamente, no debes considerar la forma de competencia del futbol mexicano como un buen ejemplo. Mejor, aprende del método de competición de la Liga de las Estrellas, la Premier League o el Calcio Italiano: estos torneos sí premian al que cada semana, durante todo el año, se esfuerza más, al más constante; así debes estudiar tú, como lo hacías durante la primaria, día tras día, semana tras semana, durante todo el año. Piensa en tu materia favorita: si solamente estudias inglés cada 4 ó 5 meses, cada vez que tengas exámenes semestrales, aprenderás muy poco. Únicamente, si tienes suerte, estarás listo para los exámenes. Pero, si estudias día tras día, año tras año, tus conocimientos se irán reforzando, y verás que cuando estés solicitando ingreso a la universidad, ya podrás hablar inglés muy bien. Y, como en la primaria, volverás a ser el mejor.”
Después de un momento de reflexión, Fernandito me respondió:
“Entonces papá, ¿debería dejar de ver el futbol mexicano o dejar de ir contigo a ver al Necaxa al estadio Victoria? Porque, lo que estás diciendo, es que el futbol mexicano es un mal ejemplo, ¿no?”
Nuevamente, me dejó sin palabras. Sin embargo, tuve que aceptar.
“Mira hijo, no lo había pensado así, pero tienes razón.”
Y después de un largo silencio, agregué, “lo más importante, Fernando, es que actuemos conforme a nuestros pensamientos y principios.”
Aunque fue difícil, a partir de esa fecha, dejé de ir al estadio Guadalupe Victoria a ver a mis queridos Rayos y dejé de ver por televisión los partidos de los campeonatos de apertura y clausura del futbol mexicano.
Ojalá que los Presidentes y Directivos de los equipos del futbol mexicano cambien el formato de competencia; ¡que dejen de pensar ya en el beneficio económico únicamente! El futbol tiene repercusiones mucho más allá de los campos de juego.
Asimismo, ojalá que los aficionados mexicanos se den cuenta de que nosotros también somos culpables de que nuestro futbol sea tan mediocre; dejemos de ver los partidos en televisión y de ir a los estadios, hasta ver un cambio esencial.
Por una razón similar, la selección nacional no puede pasar de octavos de final en una Copa Mundial: porque nosotros, los aficionados, permitimos que nuestros Directivos y jugadores sean mediocres.
Es lo mismo que ocurre con nuestros gobernantes: si los ciudadanos no los presionamos, si no dejamos la apatía e indiferencia en asuntos políticos, nuestros gobernantes seguirán siendo corruptos, ineficientes, mediocres.
Después de esta conversación con Fernandito, le entregué una copia de un artículo publicado en la revista Newsweek hace algunos años sobre los hábitos que hicieron que Michael Jordan, Tiger Woods, Joe Montana, Wayne Gretzky, Martina Navratilova, etc., alcanzaran la excelencia (The Dominator, Junio 18, 2001, Devin Gordon, http://www.newsweek.com/id/79118 ). Me dio mucho gusto haber guardado este artículo y los que aparecen como complemento en esa edición de la revista, porque enseñan precisamente lo que un servidor quisiera que Fernandito emule –y, con este cuento, ojalá que muchos otros mexicanos también.
Estos atletas coincidían en que el éxito era igual al esfuerzo, al trabajo arduo, al sudor (Genius is 99% perspiration). Por ejemplo, le preguntaban a Michael Jordan cómo era posible que encestara un tiro de 3 puntos, con la presión de las series finales de la NBA, con un par de segundos de juego en el último cuarto, cuando los Toros de Chicago iban abajo en el marcador, y él respondía que por qué no había de lograrlo, si esa misma canasta la practicaba más de 100 veces cada día. Y, sus entrenadores, confirmaban que Jordan llegaba a los entrenamientos una hora antes que todos sus compañeros, y se retiraba una hora después que ellos, todos los días. Del mismo modo, Tiger Woods comentaba que su éxito se basaba en practicar un mismo golpe cientos de veces en cada entrenamiento. Y así Gretzky, Montana, etc.
Me pregunto si los jugadores de la selección nacional de futbol mexicano practican tiros de penal 100 veces por día, si llegarán una hora antes de la cita del entrenamiento, o si se retirarán una hora después de la conclusión de éste. No lo creo. Precisamente por esto, y no por la mala suerte, las selecciones mexicanas han sido eliminadas en serie de penales en tantas ocasiones; y, en términos más generales, precisamente por esto, la selección mayor no puede ser Campeona Mundial. Porque los jugadores –y Dirigentes- no incluyen en sus hábitos y principios la constancia, el esfuerzo cotidiano, la perseverancia.
Ahora, cada fin de semana, Fernandito y yo vemos sin falta los partidos del Barca; cuánto se aprende de Guardiola: perseverancia, trabajo diario, humildad. Cuánto nos enseñan Messi, Xavi, Iniesta, etc.: ya lo ganaron todo, pero entrenan y salen a jugar cada partido como si nada hubieran alcanzado, con máxima humildad, luchando contra la complacencia; con el convencimiento de que para lograr más, para ser mejores, hay que esforzarse cada día.
Y también, aunque no tenemos un equipo preferido, vemos los partidos de la Liga Premier del Manchester United, Chelsea, Arsenal o Liverpool. ¡Qué diferencia de futbol!: vertical, rápido, competitividad al máximo, búsqueda permanente de la victoria, respeto al aficionado, entre otras muchas cualidades.
¡Premiemos en México también la perseverancia y el trabajo cotidiano!
¡Y, que viva el futbol!
Humberto Muray
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